Frailejones Sumapaz
Frailejones Sumapaz
Camila Díaz - RCN Radio
1 Sep 2025 06:19 AM

[Fotos] Sumapaz, la Bogotá rural que guarda el páramo más grande del mundo

Camila
Díaz
Frailejones y otras especies crecen en el vivero “Viva el Frailejón”, un proyecto de restauración en la capital.

La carretera se va perdiendo entre curvas, y en menos de dos horas la ciudad de Bogotá queda atrás, dando paso a su zona rural: la localidad de Sumapaz. El aire se enfría, la neblina se cuela por las ventanas y el paisaje anuncia la entrada al páramo más grande del mundo. En este territorio de 333.000 hectáreas, los frailejones se levantan como guardianes milenarios de un ecosistema que abastece de agua a más de 15 millones de personas en Colombia.

Allí, en la Reserva Natural La Casita, se inauguró el vivero “Viva el Frailejón”, un proyecto liderado por la concesión Vía Sumapaz en alianza con la ONG Cumbres Blancas. Aunque la empresa tiene como tarea principal la construcción, modernización, operación y mantenimiento del tercer carril de la vía Bogotá–Girardot, decidió aportar a la conservación del ecosistema que rodea la capital.

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“Queremos contribuir a la preservación del páramo de Sumapaz, que es un ecosistema tan importante para el país y para la región. Somos vecinos del río Sumapaz y sentimos el compromiso de aportar desde nuestro trabajo”, dijo Laurent Cavrois, CEO de Vía Sumapaz, mientras recorría el invernadero.

Cavrois insistió en que el proyecto tiene un sentido más amplio que la siembra de frailejones. “Este vivero representa lo que queremos hacer en la región: ser buenos vecinos del páramo y del río Sumapaz. Es cierto que la autopista no atraviesa el páramo directamente, pero sentimos la obligación de protegerlo porque hace parte de la riqueza de todos. Con Cumbres Blancas y con la Reserva La Casita hemos logrado unir saberes y voluntades para que esta iniciativa sea posible. Lo más potente, creo, es que también tiene un papel educativo: queremos que niños, comunidades y visitantes comprendan que cada frailejón germinado es apenas una gota en el océano, y que la verdadera misión está en cambiar la relación que tenemos con la naturaleza”.

El anfitrión del encuentro fue Gonzalo Sánchez, quien hace casi diez años tomó una decisión radical: dejar la ciudad y el periodismo para fundar la Reserva La Casita. Su vida cambió entre las montañas, enfrentando un día a día donde nada resulta sencillo: subir insumos, mantener los caminos lodosos transitables, impedir que caballos o vacas entren a la reserva y sostener un invernadero en medio del frío y la lluvia del páramo. La tarea, admite, no se logra en soledad. Ha sido posible gracias a las “manos amigas” que se han sumado al proyecto y al compromiso de organizaciones como Cumbres Blancas y empresas como la concesión Vía Sumapaz.

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“Uno a veces piensa que con los temas ambientales va a llover el maná del cielo a las manos y no es así. Llegar aquí no es fácil, nada lo es. Pero cuando aparecen manos amigas que creen en nuestras ideas, todo cambia. Este ecosistema es así: frío, lluvioso, con caminos lodosos… y es nuestro día a día. Lo bonito es que cada vez se siguen sumando más manos, porque este trabajo nunca podría hacerlo solo”, contó Sánchez durante la inauguración.

La conservación aquí no se limita a germinar frailejones. La reserva, prácticamente intacta, es también escenario de restauración comunitaria. Gonzalo y su equipo han abierto espacio para talleres con apicultores de la zona y con niños de la comunidad, en los que se comparten aprendizajes de viverismo, prueba y error, aciertos y dificultades. La restauración, que muchos llaman pasiva, en realidad exige presencia constante, vigilancia y trabajo colectivo.

Dentro del vivero, Luis Rodríguez, coordinador de la Red de Viveros de Cumbres Blancas, revisa con paciencia las plántulas. Sabe que cada germinación es un pequeño milagro. “Un frailejón puede tardar 15 días en brotar en condiciones controladas y hasta dos meses en camas de germinación. Pero consolidarse en campo puede llevar más de tres años. Y no basta con sembrar frailejones: aquí trabajamos también con lirios, chilcos, romeros de páramo, angelitos y puyas. La restauración es un entramado, nunca una acción aislada”.

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Ese esfuerzo científico se complementa con la experiencia de quienes, con manos curtidas, enfrentan la dureza de la montaña. Yober Arias, integrante de Cumbres Blancas, lo resume con sencillez: “El páramo es hermoso, pero rudo. Todo cuesta más aquí: conseguir tierra, mantener el vivero, subir los insumos. La restauración es tejer un ecosistema completo, y eso solo se logra uniendo procesos y organizaciones”.

Cuando la jornada termina, la neblina cubre lentamente los frailejones, como si fueran altares de agua. En Sumapaz, tan cerca de Bogotá, lo que se siembra no son solo plántulas: es la esperanza de que este ecosistema siga siendo guardián de la vida.

Fuente
Camila Díaz - Alerta Bogotá