La salud mental ocupa un lugar central en la vida de cualquier persona, y en la población joven su influencia se refleja en el rendimiento escolar, la convivencia diaria y la manera en que se construyen los vínculos sociales.
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Cuando se alteran las rutinas, las exigencias académicas o la estabilidad familiar, los cambios emocionales pueden modificar la forma en que un adolescente actúa, piensa o se relaciona.
En muchos casos, lo que inicia como una respuesta al estrés cotidiano termina convirtiéndose en señales que requieren una mirada profesional, especialmente cuando existe pérdida de interés por actividades habituales o dificultades recurrentes para mantener la atención y la motivación.
¿Cómo diferenciar una crisis adolescente de un trastorno mental?
El diálogo con especialistas permite comprender mejor este tipo de situaciones. El Dr. Rafael Miranda, médico psiquiatra con experiencia en población infantil y juvenil, explica que la niñez y la adolescencia representan etapas sensibles del desarrollo cerebral, en las que intervienen factores como la alimentación, el descanso, la dinámica familiar y la experiencia escolar.
"El cerebro en desarrollo necesita condiciones que faciliten su adaptación y maduración. La alimentación, los horarios de sueño, el acompañamiento familiar y el entorno educativo influyen en ese proceso", señala.
Para el experto, resulta fundamental distinguir entre un cambio propio de la edad y una alteración que podría indicar un trastorno.
Según explica, la persistencia y el impacto en la vida cotidiana son claves para esa diferenciación. Cambios que permanecen durante semanas, acompañados de retraimiento, disminución en el autocuidado o variaciones notorias en el desempeño académico, representan señales que requieren revisión.
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¿Cuáles son las señales tempranas más evidentes?
Los jóvenes pueden reaccionar a diversas situaciones: conflictos con pares, dificultades económicas en el hogar, exigencias académicas o tensiones en el ambiente familiar. Sin embargo, cuando esas reacciones se mantienen y afectan la convivencia, el rendimiento escolar o las actividades habituales, se convierten en indicadores de alerta.
El Dr. Miranda resume la importancia de observar los cambios sostenidos: "La clave está en atender señales que se mantienen en el tiempo y afectan la funcionalidad en los entornos donde el adolescente se desenvuelve".
Asimismo, el especialista recuerda que los niños y adolescentes presentan condiciones similares a las del adulto, como trastornos de aprendizaje, desafíos en la escritura, autismo o dificultades de comportamiento.
Estas condiciones pueden aumentar la probabilidad de presentar ansiedad, depresión o episodios de estrés.
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¿Qué recomiendan los expertos para fortalecer el entorno familiar?
El uso prolongado de pantallas y plataformas digitales se ha convertido en un desafío para muchas familias.
Cuando este hábito se incrementa sin control, puede desplazar actividades esenciales del día a día y afectar el ritmo de sueño, la concentración o las responsabilidades académicas.
Entre las recomendaciones del Dr. Miranda se destacan:
- Mantener horarios de descanso y rutinas de autocuidado.
- Fortalecer las redes de apoyo, especialmente con familiares y amigos.
- Organizar espacios de ocio y actividades recreativas.
- Establecer límites para el uso de tecnología y definir zonas del hogar libres de pantallas.
- Promover intereses alternos que no dependan de dispositivos digitales.
El especialista señala que validar las emociones juveniles es un paso fundamental. Escuchar, comprender el motivo de los cambios y ampliar la información antes de acudir a un profesional facilita la intervención adecuada. Además, menciona que no se debe normalizar el malestar prolongado y que, en situaciones persistentes o graves, es necesario buscar acompañamiento psicológico o psiquiátrico.
La comunicación constante dentro del hogar, junto con una intervención oportuna, favorece procesos de recuperación y evita que una situación crítica deje efectos duraderos en la vida del adolescente. Un acompañamiento estable permite que el joven retome su rutina, fortalezca sus vínculos y encuentre un espacio seguro para hablar de lo que experimenta.