
7 estrategias efectivas para prevenir el consumo en jóvenes: padres no sufrirán
En Bogotá, al igual que en muchas otras ciudades del mundo, el consumo de sustancias psicoactivas entre jóvenes representa una preocupación creciente en los entornos escolares y familiares.
Factores como la presión social, la desinformación, el acceso temprano a sustancias y la ausencia de redes de apoyo efectivas han contribuido a que este fenómeno siga en aumento, afectando directamente el desarrollo integral de niñas, niños y adolescentes.
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Aunque las cifras locales exactas varían, las tendencias globales permiten dimensionar la magnitud del problema. De acuerdo con el más reciente informe conjunto de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), más del 26 % de los adolescentes entre los 15 y 19 años consumen alcohol con regularidad. En la franja de 15 a 16 años, el consumo de cannabis alcanza cifras superiores al 17 % en algunas regiones.
Este tipo de comportamientos, iniciados en una etapa en la que el cerebro aún se encuentra en formación, puede desencadenar consecuencias graves como trastornos mentales, adicciones persistentes, afectaciones en la memoria, en la toma de decisiones y en el rendimiento académico, además de alterar el desarrollo emocional y social.
A pesar de este panorama, diversos expertos coinciden en que existen factores de riesgo que pueden prevenirse con acciones concretas desde la familia, la escuela y la comunidad.
El enfoque preventivo, más allá de campañas ocasionales, debe ser constante y articulado, promoviendo el pensamiento crítico y el autocuidado desde edades tempranas.
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7 estrategias efectivas para prevenir el consumo en jóvenes
Rosita Caro, directora del Colegio Hacienda Los Alcaparros y experta en educación, compartió recientemente una serie de recomendaciones diseñadas para combatir el consumo de drogas desde una perspectiva integral.
Estas estrategias han sido implementadas en entornos escolares con resultados positivos y apuntan a la construcción de una cultura del cuidado mutuo y el respeto.
- Comunicación abierta y empática
Fomentar espacios seguros donde los jóvenes puedan expresar sus ideas y emociones sin miedo a ser juzgados, fortalece la confianza y permite identificar señales tempranas de riesgo.
Escuchar activamente y comprender sin imponer juicios es un acto preventivo en sí mismo.
- Desarrollo de habilidades socioemocionales
Estimular la toma de decisiones conscientes, el control emocional y la autoestima permite que los adolescentes reconozcan riesgos y respondan de manera adecuada frente a presiones externas.
Estas herramientas también los fortalecen frente a la influencia de pares o situaciones de vulnerabilidad.
- Fortalecimiento del vínculo con la comunidad escolar
Un ambiente educativo en el que los estudiantes se sienten valorados, seguros y acompañados genera un sentido de pertenencia que actúa como barrera ante conductas autodestructivas.
Las relaciones de respeto y cercanía entre docentes y estudiantes son clave para la prevención.
- Observación constante y detección temprana
Docentes y cuidadores deben estar atentos a señales como cambios abruptos en el comportamiento, aislamiento, agresividad, bajo rendimiento escolar o alteraciones en los círculos sociales.
Estas alertas pueden ser indicio de situaciones más profundas que requieren intervención oportuna.
- Normas claras y coherentes
Establecer límites firmes, sin caer en el castigo, ayuda a los jóvenes a comprender las consecuencias de sus actos.
Comunicar con claridad que el consumo de sustancias no es aceptable permite consolidar una cultura de cuidado basada en la responsabilidad.
- Formación continua para adultos significativos
Tanto padres como docentes deben capacitarse periódicamente para comprender las dinámicas actuales del consumo en adolescentes.
Este conocimiento les permite actuar con mayor eficacia, evitar prejuicios y brindar un acompañamiento empático.
- Tejer redes de apoyo
La articulación entre escuela, familia, profesionales de la salud mental y organizaciones comunitarias incrementa la capacidad de respuesta ante situaciones de riesgo. Ninguna institución está sola en este propósito, es decir, la prevención es un esfuerzo colectivo.
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Actuar desde lo cotidiano para proteger el futuro
Las investigaciones recientes han demostrado que el consumo regular de sustancias como el cannabis durante la adolescencia puede generar pérdidas cognitivas significativas, entre ellas un descenso de hasta ocho puntos en el coeficiente intelectual. Además, impacta negativamente en los proyectos de vida, la salud emocional y el desarrollo académico de los estudiantes.
Rosita Caro indica que la prevención efectiva comienza con conversaciones honestas, vínculos sólidos y acciones diarias que generen confianza. Solo a través de esta corresponsabilidad se podrá ofrecer a los jóvenes un entorno que los proteja, les brinde herramientas para la vida y los aleje de decisiones que comprometan su bienestar.